¡Mañana es el gran día! Ya he tomado una decisión. Me voy a vivir a Berlín. Es la última vez que escribo desde el banquillo.
La noche anterior había estado haciendo una lista de todas las cosas de las que quería despedirme o hacer por última vez, como, ver la Catedral de Barcelona, Las Ramblas o tomar la última copa con las chicas… cosas por el estilo. Pero luego me dije: No tengo por qué despedirme de todo. ¿Y si sólo me despido de las cosas malas? Y eso es exactamente lo que voy a hacer. Me despido de todos los momentos en los que me sentí perdida, de todos los momentos en los que recibí un no, en vez de un sí, de todas las caídas, de todos los golpes. De todo lo que me había hecho sufrir, pero no de todo.
No quiero que sea la última vez que veo la Catedral, ni que camino por Las Ramblas, no quiero que sea la última vez que me tomo algo con las chicas. Porque todo eso es bueno, y las cosas buenas siempre van a estar esperándome. Así que tiré la hoja. Era hora de brindar, pero por las nuevas oportunidades, por los nuevos comienzos, por todo lo que estaba por llegar.
Cogí el coche, preparada para despedir mi última noche en España. El anillo que llevaba puesto en el dedo cada vez pesaba más, me identificaba, estaba lleno de recuerdos y ahora también llevaba la carga de todo lo malo que había en mí. De tanto leer a Jodorowsky, se me había metido en la cabeza, que no me sentiría totalmente liberada hasta que no me deshiciera de un objeto que simbolizara: enterrar todo lo que hasta el momento me perturbaba, para poder avanzar sin cargas. Eso era ese anillo para mí, mi carga.
Llegué a un descampado no muy lejos de casa. Bajé del coche. Todo estaba en silencio. Me quité el anillo y con toda la fuerza que me permitieron mis brazos y mis pulmones, pegué un grito para lanzarlo lo más lejos que pudiera de mí. Dicho esto, hay que reconocer que lo que tengo de teatrera, lo tengo de torpe. El condenado anillo, en vez de caer muy lejos (como yo quería), cayó con mucha fuerza, pero casi, casi a mis pies, vamos, a un metro como mucho… (lo que no quería) en fin.
Es hora de irse. Voy con una sonrisa en los labios hacia el coche. Empiezo de cero. Me veo reflejada, dos veces, en el cristal. Y pienso: una se va, la otra se queda. Y la que se va, sabe exactamente lo que quiere. Gute reise! Viel Erfolg!
Written by Casandra Ruggeri
Minimal Mag